Ese era mi dilema, un jueves de verano, el calor sofocante de las 2:00 de la tarde, 33°C aunque una sensación térmica de 40°C de bochorno. Me dirigía a la parada del bus para recoger a Javi del cole y anticipar su llegada a casa. Busqué rápido el refugio en la banca que miras en la foto, un alivio para la espera que se estimaba de unos pocos minutos.
Automáticamente activé modo robot: buscar la sensación de ocuparme en mis asuntos laborales, revisar pendientes, ver el correo electrónico, mensajes por whatsapp, oportunidades o prospección en LinkedIn, retomar alguna conversación con Chat GPT, en un loop infinito pero gratificante de dopamina que refuerza el hábito de estar “always on”.
A la par mía, de pie, una señora, con uniforme de Can Am, recién salía de su turno. Me dio la sensación de que no le transmitía seguridad de sentarse a la par mía compartiendo la banca, pero suavicé el momento cuando lo dije “Cómo se agradece esta sombra a esta hora…” “Sí verdad” me dijo rápidamente. Acto seguido, se sentó. “Al final, este señor solo es serio, pero no hay peligro”, quizá fue lo que pensó y, aliviada, se sentó por la sombra y el breve descanso de un día muy pesado de trabajo.
Poco después apareció a mi izquierda un señor, dejó parqueado su carro en la bandeja de la parada, con las luces de emergencia encendidas. “Buenas tardes”, me dijo. “¿Cómo le va? ¿qué calor?”, le respondí. Fue en ese preciso momento que me rebelé, desactivé el modo robot, guardé el celular en el bolsillo del pantalón y me decidí a vivir una vida normal y análoga, cómo doña Carmen (la señora de Can Am) y don Marvin (el señor que acababa de llevar)
Eso de entablar conversación casual con personas que me topo en la calle o en cualquier sitio público, se me da muy fácil y me resulta muy cómodo. Eso sí, tengo desarrollado el instinto para identificar el mood y las personas con quienes será una conversación agradable y fluida. Lo primero es ver que no lleven prisa y lo segundo es que no se dirijan con miedo, una mirada tranquila a los ojos es la prueba definitiva de ambas reglas.
Transcribir el diálogo no es tan importante. Pero sí te puedo decir que fue muy interesante. Don Marvin es el piloto de la familia de Carlitos (este nombre sí me lo inventé porque preguntarle a don Marvin cómo se llamaba el niño al que llegaba a traer era ponerme un gran letrero de “potencial secuestrador”…. a como están a veces las paranoias en esa bella ciudad o es exageración)
Hablamos del tráfico, de un accidente que tuvo en moto, donde una camioneta lo chocó de frente, se enganchó con el bumper y cuando la camioneta retrocedió el bumper se cayó… recordamos de cómo la ciudad se paralizó el día de las primeras votaciones del colegio de abogados, de cómo ese día a Carlitos su mamá le mandó comida al bus por las 3 horas que estuvo varado en el caos…. Compartimos opiniones (positivas claro) sobre el manejo de las mujeres en las motos, y de cómo los hombres son más abusivos y prepotentes con las pobres patojas que comienzan a hacer sus tanes en la conducción.
En esas estábamos cuando se levantó, nos despedimos con un apretón de manos y el correspondiente “Cuídese”, y mi “mucho gusto don Marvin”. Llegó un bus, bajó un niño, Carlitos, se saludaron, le recibió el bolsón y cada uno subió por su lado al carro y se marcharon. Ya para estas doña Carmen se había ido en un Microbus. Acababan de llegar dos señoritas de la San Martín, pero rápido percibí que si osaba interrumpir su amena plática rompería la tercera de mis reglas de la conversación casual: “mirada de pocos amigos”.
Muy probable no vuelva a coincidir con don Marvin o doña Carmen, así como ambos no recordarán a este señor que les sacó plática en la banca frente a Cayalá. Seré un vago recuerdo de un día X en sus vidas. Para mí, fue un momento diferente, surreal, estar fuera de mi hábitat, haciendo lo que nunca hago: parar, dejar de hacer algo “productivo” o con un sentido “valioso” para mi vida profesional o personal, pasar el tiempo sin más ni menos, un dolce far niente.
Pero fue todo lo contrario a improductivo, fue detenerme, vencer el mal hábito de estar metido en ese mundito digital tan pequeño, rutinario y absorbente de energía vital. Abrir la ventana a una vida más real: fue ver el tráfico, sentir el olor del asfalto, el calor del día que me llegaba por el viento y el frescor de estar bajo la sombra, mirar a las personas, escucharlas, sentirlas, hablarles. No estar pensando en las actividades por venir, las tareas en proceso o por cumplir, darle vueltas a la rueda.
Y como que de un pequeño lujo se tratara, al llegar Javi en su bus sentí nostalgia de terminar ese pequeño descanso de suspender “un día de trabajo” y hacer una “pausa activa” para retomar lo que había dejado pendiente: el ciclo infinito del trabajo que nunca termina.
“When dreaming, I´m guided to another world / to a place where blind men see… let’s ask, can we stay?” – Higher / Creed